*Josiane Del Corso
Es, por el lenguaje del juego, que el niño de cero a tres años entra en el mundo. En esta fase se puede decir que el niño, a decir verdad, es un cuerpo integrado que busca descubrir e interpretar todo a su alrededor – ya sea un ruido, fragmento, olor o una parte pequeña de un todo más grande.
El cuerpo del niño, por lo tanto, es un medio que él mismo utiliza para el lenguaje del juego. Nada se aprende a través del cuerpo, “es el cuerpo que aprende”, como dice Paulo Fochi. Sin el cuerpo, el juego se vuelve mecánico y dirigido. Sin este cuerpo, presente y entero, no hay integración, pues, para el niño el verdadero juego es aquel que él mismo descubre en los caminos de la imaginación y de la creación.
Hasta los seis años de vida, el niño se encuentra en una etapa de muchas adquisiciones. Existe en él un cuerpo que se torna subjetivo por la búsqueda que hace de identidad; un cuerpo que crece a una velocidad increíble y que de esa forma busca equilibrio, pero no sólo de sus pasos. Este mismo cuerpo busca la relación consigo mismo y con el otro, todo con el fin de encontrarse. Además hay el cuerpo que busca los más diversos lenguajes, verbales o no, para comunicar cómo se presenta el niño al mundo y cómo se relaciona con él.
Estamos hablando del alma, de un cuerpo que gana visibilidad para sí mismo y que va conquistando procesos, realizando descubrimientos y manifestándose a partir de lo que siente y de lo que encuentra en todos los que participan de ese camino. El alma, por lo tanto, es esa construcción de la esencia que se revela en todo momento.
El niño, concebido aquí como un sujeto de derechos, que tiene el derecho a jugar de cuerpo y alma, es protagonista de su recorrido cuando es acompañado por adultos que creen en ese potencial inventivo, activo y creativo que tiene y que es. Vale la pena señalar que, la creación y la capacidad de inventar, sólo entran en el cuerpo del niño por las experiencias que ha vivido. Por consiguiente, el lenguaje del juego es la manera por la cual el niño comunica su forma de pensar el mundo. Es así como él muestra cómo interpreta lo que ve y lo que siente; un proceso sin fin de descubrimientos que posibilitan la construcción de su relación con el otro y de su estar con el otro.
El lenguaje del juego de cuerpo y alma, cobra sentido cuando es genuino y permite el acceso a la gramática de la fantasía, así como la utilización de todo el repertorio construido a partir de su cultura familiar y de los espacios que frecuenta.
Y es más: por medio del juego, el niño puede establecer relaciones entre las diferentes etapas de su recorrido de vida, e incluso reconstruirlas o resignificarlas. Cuando hablamos de gramática de la fantasía, dentro del lenguaje del juego, dicho término hace referencia a la revelación del alma, de la esencia. Es cuando el niño transforma una concha de mar en un avión, barco o pájaro. Cuando aquella concha, de hecho se vuelve un avión aunque siga teniendo algo de concha. En ese gesto, el niño se transporta, ocupa otro lugar, sale de lo real para lo imaginario por algunos motivos, pero, especialmente por dos: está entero en el proceso y tiene libertad de movimiento y búsqueda. Cómo se produce esto? Sólo es posible si el niño está rodeado de adultos que entienden ese proceso y respetan su tiempo.
Jugar de cuerpo y alma presupone un niño entero, en espacios planeados de tal forma que pueda escoger entre diferentes opciones y avanzar en descubrimientos, hipótesis, teorías y creaciones. Jugar de cuerpo y alma implica tener objetos que no transformen el niño en ejecutor, sino que lo conviertan en un gran inventor. Se trata, entonces, que los objetos posibiliten la transformación para lo simbólico, sin olvidar que, el niño sólo simboliza algo cuando ha interiorizado las experiencias y convivencias con otros niños y/o adultos en dichos espacios saludables y genuinos. Cabe anotar que, simbolizar es hacer uso de una capacidad mental extremadamente cualificada, es utilizar la mente para alcanzar los mundos más distantes sin “salir del lugar”.
De esta forma, cuando un niño juega de cuerpo y alma, él lleva para dentro una imagen que siempre va a estar con él: un poco de la niñez que cargamos toda la vida y que, por estar con ella de forma significativa, la podemos accionar en muchos momentos de la vida – incluso cuando la realidad parece insoportable.
Son las memorias de esa infancia las que nos darán apoyo en la vida adulta, pues el jugar permanece, pero de forma resignificada.
*Fundadora y directora de la Escuela de Educación Infantil Taller Carambola y del taller y Centro de Investigación y Documentación Pedagógica, un espacio de investigación para educadores de la infancia.
Publicado originalmente en la página web de la Semana Mundial de Jugar
Para saber más